Uno de los más agudos críticos de los medios en Colombia observa la política y la televisión en América Latina
Por Ómar Rincón
Ilustración de Ángel Rodríguez
ÓMAR RINCÓN. Nacido en Maripí, Boyacá. Comunicador social de la Universidad Javeriana. Trabaja en las universidades Javeriana y los Andes y en la Fundación Friedrich Ebert de Alemania. Columnista de El Espectador (1995-2001). Columnista de El Tiempo (desde el 2001). Ha publicado ensayos para las revistas Gaceta, Número, Signo y Pensamiento, Diálogos, Razón & Palabra, Javeriana y Foro por Colombia. Y los libros Televisión: pantalla e identidad, Televisión pública: del consumidor al ciudadano, Relatos y memorias leves de nación, Televisión infantil: las voces de los niños, Televisión, video y subjetividad y Bajo todos los fuegos. |
Dice una nota de actualidad (Rosemberg, 2004) que los políticos actuales «pasaron casi sin escalas de la política grande a la pantalla chica, un territorio en el que dicen moverse con menos urgencia, lejos de candidaturas y de conflictos partidarios. Ya son varios los dirigentes que se animan a enfrentar las cámaras y conducir un programa propio en la televisión por cable, espacio al que acceden para mantenerse en el candelero, darse el gusto de entrevistar a sus pares —y criticarlos— y, sobre todo, ofrecer su visión del país y del mundo sin las limitaciones de espacio de los diarios y la televisión abierta». Esta tendencia argentina es un hecho político en la Colombia de Uribe, quien más que un presidente que gobierna es un presentador de televisión que cada sábado, desde las ocho de la mañana y por doce horas «en vivo y en directo», deja de lado su función de gobernante para ganar la de anchorman, que conduce el telegrama de la democracia nacional, delega la palabra, escucha al pueblo y pone en el paredón al «gobierno», representado en sus ministros, mientras él se convierte en representante de los televidentes/ciudadanos. Cerca mediáticamente, pero lejos de la derecha de Uribe, se ubica la izquierda del presidente Chávez en Venezuela; él se desempeña como presentador-experto-entrevistad En el presente ensayo queremos explicar cómo funciona el fenómeno de la telepolítica en Latinoamérica. Tomaremos como eje de análisis el modelo de acción de Uribe, el presidente más exitoso por encuestas y visibilidad mediática en la historia de Colombia. Se pretende argumentar a lo largo de este artículo que la comunicación hace la política en cuanto a lo siguiente: No basta con ser presidente, sino que hay que parecerlo. Y parecer presidente es un efecto de comunicación. Uribe en Colombia, Kirchner en Argentina, Lula en Brasil y Chávez en Venezuela (por nombrar a los más populares y con mayor nivel de gobernabilidad) parecen presidentes por las estrategias efectivas y efectistas de comunicación que han usado. Así mismo, Meza en Bolivia (ya cayó), Gutiérrez en Ecuador (ya cayó), Toledo en Perú (¿gobierna?) y Fox en México (¿gobierna?) (por citar a los menos populares y con menor nivel de gobernabilidad) no parecen presidentes por las pésimas estrategias de comunicación que han utilizado. Esto significa que, en la actualidad, se es presidente si se lo parece, más allá de analizar la gestión política, económica y social. No se gobierna, se permanece en campaña. El drama comunicativo se basa en la creación de expectativa. Por eso, en vez de gobernar, un presidente debe seguir prometiendo leyes, acciones, políticas. La promesa es efectiva en cuanto mantiene la posibilidad y el deseo despiertos, la mirada más allá de la miseria cotidiana. Mientras Uribe no hace nada pero promete que en su próximo gobierno sí, Chávez promete una vida después de los gringos y Kirchner una autonomía tras el FMI. La promesa significa «no es que no quiera hacer, es que no me han dejado pero lo haré». La promesa mantiene al televidente/elector expectante y con esperanza. El ciudadano deviene consumidor de promesas políticas que lo llevan «emocionalmente» más allá de la precariedad generalizada que lo habita. Gobernar es imaginar un proyecto afectivo de nación. La vida contemporánea se encuentra habitada por el desorden y la desesperanza, los miedos y las tristezas, la sobreabundancia de significantes vacíos. En tal contexto, gobernar implica imaginar y crear una misión de futuro para ese territorio-sujeto llamado nación; crear un relato que nos oriente hacia la esperanza y un héroe que nos proteja de todo mal. Así aparece el gobernante misional (Uribe considera que Colombia comenzó con él, lo mismo Chávez y Kirchner; Dios los invistió para salvar a estos paisitos); el presidente que habla en nombre del futuro (Colombia libre de terroristas, Venezuela para la gente, Argentina sin corrupción); el presidente-presentador-de-tevé como actor retórico que nunca da razones sino que entra a «des-armar»/argumentar desde los juegos del lenguaje, las palabras, juega con los significados y los sentidos de la política como si eso transformara las realidades (Searle lo dijo: «Se hacen cosas con palabras»). El resultado, un futuro simplista, es «comunicado»: más seguridad, más empleo, cero corrupción y cero tolerancia con la politiquería. Del ciudadano convertido en espectador, se espera que se mueva emocionalmente para apoyar la propuesta sentimental de nación. Los tres argumentos hacen hincapié en el papel que la comunicación cumple en las democracias latinoamericanas como factor de gobernabilidad, legitimidad y credibilidad pública. Esto es grave, pues parece que la comunicación no tuviese política, ideología ni sociedad, porque la usan de modos bastante semejantes gobernantes de derecha (Uribe, Saca), de izquierda (Chávez, Lula), de centro (Kirchner, Lagos). Para comprenderlos mejor, veamos tres desarrollos: 1) el contexto de la democracia latinoamericana; 2) la teoría de la comunicación política; 3) el análisis de la comunicación política del gobierno Uribe. |
1. LA DEMOCRACIA LATINOAMERICANA En Latinoamérica la democracia es un significante vacío. No significa. Se ha convertido en una realidad efímera; mejor, en un adjetivo. Nada compromete. Se elige un presidente a lo reality: se selecciona por sentimentalidad y se sabe que su duración en el poder es variable, ya que se le puede eliminar en cualquier momento. Esto se confirma con Chávez en Venezuela, Meza en Bolivia, Toledo en Perú, Lucio en Ecuador, Uribe en Colombia, Kirchner en Argentina, Fox en México y Lula en Brasil. Por ahora, los únicos con votación de reelección son Uribe, Kirchner y Chávez, los gobernantes mediáticos. En la región la democracia como sistema no se ha convertido en un ethos o modo de vida para el común de los ciudadanos, porque poco o nada se los ha invitado a participar de los beneficios y privilegios de este modo de hacer la política y el gobierno. La eliminación o amenaza permanente de todo probable disenso, la injusticia. La formación ciudadana no ha sido posible por la existencia generalizada de prácticas de exclusión de los sectores más amplios de la sociedad en la toma de decisiones, en la distribución de recursos y el bajo acceso a la educación profesional y universitaria. A nuestros países, históricamente, las elites locales, en unión con las transnacionales del capital, los han explotado en sus recursos mientras las ganancias se invierten en Miami. Así, nuestros ciudadanos han sido expulsados en forma sistemática de las esperanzas; por tanto, la democracia no significa un bien simbólico ni político, y mucho menos una práctica de libertad o una manera de vivir la existencia. Por ahora, paradójicamente, los únicos verdaderos creyentes de lo nacional (aunque no de la democracia) son los emigrantes, quienes se esclavizan en el exterior para invertir en nuestros países; los únicos nacionalismos que quedan son los de los sectores populares (Monsiváis, 2002). ¿Qué tipo de democracia es la latina? Una que personaliza el poder, que descree en los partidos políticos —orientada por el autoritarismo—, que se llena de fans y seguidores más que de interlocutores y ciudadanos. Una democracia que se construye vía medios de comunicación y sondeos de opinión. 2. LA COMUNICACIÓN POLÍTICA «Necesitamos otras formas de expresar nuestro mensaje», afirma la política argentina Carrió. «Hoy la televisión es el territorio de la política. Hay cada vez menos programas estrictamente políticos, por lo que los dirigentes eligen entre ir al programa de Susana Giménez (variedades de entretenimiento), un noticiero o un programa propio para decir lo que quieren», explica el sociólogo Luis Alberto Quevedo, secretario académico de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) (Rosemberg, 2005). ¿Qué significa esta tendencia? Significa que hoy la política se juega en un área diferente y con estrategias más del marketing y la comunicación que del argumento y las ideas. Y a esto se le llama «videopolítica» o «televisación de la política». Este fenómeno se entiende como el proceso por el cual los medios de comunicación imponen cada vez más su lógica del entretenimiento en la construcción de la realidad política. Proceso mediante el cual los medios de comunicación se constituyen en actores, escenarios y dispositivos fundamentales de la política. La amplifican al volver el debate masivo, pero le quitan profundidad, argumento y densidad para ganar en estética e impacto. Este auge y consolidación de los medios de comunicación —en especial la televisión— sobre la política va en paralelo con el declive del discurso político basado en la argumentación racional, el debate entre «iguales» y los tiempos largos. Ante este escenario la sociedad en su conjunto, los mismos periodistas, los académicos, los partidos políticos y los ciudadanos están cuestionando el exceso de estas tendencias de simplificación del discurso político, del excesivo poder de los grupos de propiedad de los medios, y de las débiles e inconexas prácticas periodísticas. La pregunta es por el papel que los medios de comunicación están desempeñando, tanto en las formas de hacer política, como en las luchas por el poder y la producción de la democracia. Es más, la pregunta fundamental es si en la actualidad gobernar es un acto de «puesta en escena mediática» más que de toma de decisiones frente a los grandes problemas. Más aún, si la comunicación es sólo una estrategia que está ahí lista para servir al amo que la use, sin importar su pensamiento político. |
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3. URIBE: LA DEMOCRACIA DE LA COMUNICACIÓN
Hacer democracia y actualizar la política en Latinoamérica significa, en la actualidad, darle sentido a la nación, proponer un horizonte de esperanza en el cual todos los ciudadanos de un país se encuentren. Para construir ese sentido colectivo hay que vender retórica que aumente la percepción (la apariencia) de que se está mejor colectivamente, aunque la realidad y los datos indiquen lo contrario frente a temas urgentes como la seguridad, el desempleo y la corrupción. Hacer política y gobernar hoy significa promover, «vía la comunicación», una conciencia colectiva emocional de estar mejor. En este campo de lo simbólico-afectivo, la comunicación es la estrategia fundamental, pues construir un relato de nación, un horizonte de sentido colectivo, un ideal de futuro hacia dónde ir es un asunto comunicativo.
El ganar en emocionalidad colectiva hace que se pierda en política; a los ciudadanos se les trata como consumidores y se les convoca como espectadores, perdiendo su densidad como ciudadanos. De esta manera, en Latinoamérica estamos habitando la ciudadanía de la contemplación o la proliferación de los consumidores políticos; poco se ejerce la ciudadanía activa, politizada e interviniente en la toma de decisiones colectivas. Asistimos al espectáculo de la democracia.
El proceso de elección y gobierno del presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, el más popular de todos los tiempos, es un caso paradigmático para comprender cómo funciona la telepolítica. Cuando Uribe llegó al poder, el 7 de agosto del 2002, con ayuda de su psiquiatra al que nombró «comisionado de paz», realizó el siguiente «diagnóstico»: Colombia era un sujeto que estaba en depresión crónica, al borde del suicidio. Ante este hecho, Uribe diseña una «terapia de choque» que consiste en imaginarle una misión, un sentido, una esperanza, un relato de futuro a esa nación-suicida. Así nace el relato misional de la nueva patria: «Colombia sin corrupción, sin politiquería, sin guerrilla, sin terrorismo. Luego Colombia segura, con autoridad y disciplina». «La promesa»: Colombia tiene sentido, todos debemos unirnos a la misión salvífica de Uribe, el investido por Dios para salvar al sujeto-nación de su falta de sentido. «El resultado»: un éxito, el 80% de la gente está feliz.
¿Cómo lo hace? A partir de un excelente y contundente uso de la comunicación. No es que estemos mejor, lo que pasa es que se ha vendido una conciencia colectiva de estar mejor (¡sentir que se está mejor es ya una gran transformación!). La comunicación es la estrategia de la misión Uribe. Los colombianos somos convocados en cuanto patriotas que apoyamos la misión salvífica del presidente. Él es el personaje con más minutos en pantalla, el héroe con más afectos y más cercanía colectiva, la figura televisiva que genera mayor identificación. Nosotros, los colombianos, contempladores y espectadores del «show del gobierno». La verdad de Uribe es que parece presidente porque ha sabido representar al héroe de pantalla, que genera identificación y credibilidad por la manera como se pone en escena: fuerte pero coloquial, con autoridad pero paternal, directo pero conciliador, sabio pero afectivo. Eso es lo que se les pide al presentador, al periodista mediático, al actor televisivo. Pero no basta con una personalidad escénica, hay que comunicarla en formatos que le permitan lucirse, como el talk show, el noticiero y el reality. El presidente en pantalla es auténtico, tan real que creó su propio estilo: Uribe Tevé. Su rating es de éxito. Veamos en qué consiste.
Talk show. Los consejos comunitarios son un programa en el que la gente del común, los gobernantes locales, los políticos de provincia van a contarle sus penas al presidente Uribe, quien deja de ser presidente y se convierte en presentador de tevé, conduce el programa, da la palabra, crea soluciones y delega responsabilidad. Gobierno en vivo y en directo. El televidente-pueblo siente que el conductor Uribe le está solucionando sus problemas y que gobierna para ellos y ellas. Soluciones simbólicas y mágicas aparecen para los problemas reales; no importa que la solución real nunca llegue, simbólicamente el problema está resuelto.
Productor de noticias. El presidente es la noticia. Él hace, comunica y produce la noticia. Por eso está por todo el país, gobernando afectivamente cerca de la gente y luego produciendo la noticia. Su efecto dramático es aún mayor en cuanto «viste» el exótico local: puede ser indígena, campesino, agricultor, ganadero, todo en un solo día y por televisión. A donde vaya el presidente siempre hay noticia porque prepara el escándalo del día por medio de un dato, una frase, una anécdota que contar; regaña por la tele a sus soldados, ironiza a los guerreros al llamarlos «vocecitas melifluas, afeminadas», reta a los corruptos y politiqueros. Hace lo que sea para salir en televisión y ser la única noticia. Los momentos críticos, como la muerte del gobernador del departamento de Antioquia (Guillermo Gaviria) y el comisionado de paz del mismo departamento (Gilberto Echeverry) los convierte a su favor, gracias a que sale en la pantalla masiva para explicar en lenguaje sencillo a la gente que todo está bien, que él asume la responsabilidad y que todo se hace por la patria. ¡Una política de eslóganes y buenas intenciones!
Reality. Fue el primer presidente en ir a un reality. El reality le encanta como forma de gobierno porque él se cree el Gran Hermano que todo lo ve, todo lo juzga, todo lo sabe. Le encanta porque puede seleccionar al amenazado de la semana, bien sea por talento, actitud o crítica, palabra u omisión. Le fascina porque gobierna para las encuestas de opinión. Con todo, no le basta con ser el Gran Hermano; le fascina El aprendiz para decir «Está despedido». Se cree, también, el protagonista de la telenovela llamada Colombia; y ahí sí, él es el mejor actor. Él está en todas partes, en todos los temas, en todos los conflictos y siempre luce como un protagonista: perfecto, simpático, recursivo, amoroso y sensitivo. Las entregas de guerrilleros y paramilitares arrepentidos son una especie de reality; la solución de los problemas de las empresas y las masacres tiene en él a un jurado competente para «salvar» o «expulsar» del reality Colombia.
Telemercadeo. Él encarna la personalidad de su propia marca. Él viste, habita, actúa y vende su propia acción política mediante diversas estrategias, tales como:
Viaja por Colombia. El país es seguro, se puede viajar en masa pero protegidos por los militares. Ejército por todo lado. Guerrilla por ninguna. El efecto: hacer creer que el país está pacificado.
Súper-Uribe vs. La politiquería. El superhéroe vence todos los obstáculos con sólo nombrarlos, lo que el líder hace es correcto, lo que hacen los otros es un pecado. Todo lo que se opone a sus deseos es politiquería.
Sólo se habla para la comarca. Se va a Europa para hablar duro: «No me importa si me dicen que soy paramilitar, si logro acabar con el terrorismo»; «Si los nazis vivieran, serían las Farc». Nadie lo oye en Europa, pero sí en la Colombia profunda, donde las audiencias locales se llenan de orgullo patrio.
Súper-Uribe. Él solo lo puede todo. Él es un berraco contra todo. Los medios de comunicación son su escenario natural. Ha sabido construirse como personaje. Ha generado confianza y la gente se ha identificado con su misión. Su lenguaje es para todos y ha hecho del poder un ejercicio visible.
Resultado: el presidente Uribe es un gran comunicador porque su autoridad y su legitimidad han sido televisadas. Todo porque maneja muy bien las reglas dramáticas de la televisión, su telegenia es alta, y medios y periodistas han decidido no preguntar de más. Su rating es de éxito.
El ganar en emocionalidad colectiva hace que se pierda en política; a los ciudadanos se les trata como consumidores y se les convoca como espectadores, perdiendo su densidad como ciudadanos. De esta manera, en Latinoamérica estamos habitando la ciudadanía de la contemplación o la proliferación de los consumidores políticos; poco se ejerce la ciudadanía activa, politizada e interviniente en la toma de decisiones colectivas. Asistimos al espectáculo de la democracia.
El proceso de elección y gobierno del presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, el más popular de todos los tiempos, es un caso paradigmático para comprender cómo funciona la telepolítica. Cuando Uribe llegó al poder, el 7 de agosto del 2002, con ayuda de su psiquiatra al que nombró «comisionado de paz», realizó el siguiente «diagnóstico»: Colombia era un sujeto que estaba en depresión crónica, al borde del suicidio. Ante este hecho, Uribe diseña una «terapia de choque» que consiste en imaginarle una misión, un sentido, una esperanza, un relato de futuro a esa nación-suicida. Así nace el relato misional de la nueva patria: «Colombia sin corrupción, sin politiquería, sin guerrilla, sin terrorismo. Luego Colombia segura, con autoridad y disciplina». «La promesa»: Colombia tiene sentido, todos debemos unirnos a la misión salvífica de Uribe, el investido por Dios para salvar al sujeto-nación de su falta de sentido. «El resultado»: un éxito, el 80% de la gente está feliz.
¿Cómo lo hace? A partir de un excelente y contundente uso de la comunicación. No es que estemos mejor, lo que pasa es que se ha vendido una conciencia colectiva de estar mejor (¡sentir que se está mejor es ya una gran transformación!). La comunicación es la estrategia de la misión Uribe. Los colombianos somos convocados en cuanto patriotas que apoyamos la misión salvífica del presidente. Él es el personaje con más minutos en pantalla, el héroe con más afectos y más cercanía colectiva, la figura televisiva que genera mayor identificación. Nosotros, los colombianos, contempladores y espectadores del «show del gobierno». La verdad de Uribe es que parece presidente porque ha sabido representar al héroe de pantalla, que genera identificación y credibilidad por la manera como se pone en escena: fuerte pero coloquial, con autoridad pero paternal, directo pero conciliador, sabio pero afectivo. Eso es lo que se les pide al presentador, al periodista mediático, al actor televisivo. Pero no basta con una personalidad escénica, hay que comunicarla en formatos que le permitan lucirse, como el talk show, el noticiero y el reality. El presidente en pantalla es auténtico, tan real que creó su propio estilo: Uribe Tevé. Su rating es de éxito. Veamos en qué consiste.
Talk show. Los consejos comunitarios son un programa en el que la gente del común, los gobernantes locales, los políticos de provincia van a contarle sus penas al presidente Uribe, quien deja de ser presidente y se convierte en presentador de tevé, conduce el programa, da la palabra, crea soluciones y delega responsabilidad. Gobierno en vivo y en directo. El televidente-pueblo siente que el conductor Uribe le está solucionando sus problemas y que gobierna para ellos y ellas. Soluciones simbólicas y mágicas aparecen para los problemas reales; no importa que la solución real nunca llegue, simbólicamente el problema está resuelto.
Productor de noticias. El presidente es la noticia. Él hace, comunica y produce la noticia. Por eso está por todo el país, gobernando afectivamente cerca de la gente y luego produciendo la noticia. Su efecto dramático es aún mayor en cuanto «viste» el exótico local: puede ser indígena, campesino, agricultor, ganadero, todo en un solo día y por televisión. A donde vaya el presidente siempre hay noticia porque prepara el escándalo del día por medio de un dato, una frase, una anécdota que contar; regaña por la tele a sus soldados, ironiza a los guerreros al llamarlos «vocecitas melifluas, afeminadas», reta a los corruptos y politiqueros. Hace lo que sea para salir en televisión y ser la única noticia. Los momentos críticos, como la muerte del gobernador del departamento de Antioquia (Guillermo Gaviria) y el comisionado de paz del mismo departamento (Gilberto Echeverry) los convierte a su favor, gracias a que sale en la pantalla masiva para explicar en lenguaje sencillo a la gente que todo está bien, que él asume la responsabilidad y que todo se hace por la patria. ¡Una política de eslóganes y buenas intenciones!
Reality. Fue el primer presidente en ir a un reality. El reality le encanta como forma de gobierno porque él se cree el Gran Hermano que todo lo ve, todo lo juzga, todo lo sabe. Le encanta porque puede seleccionar al amenazado de la semana, bien sea por talento, actitud o crítica, palabra u omisión. Le fascina porque gobierna para las encuestas de opinión. Con todo, no le basta con ser el Gran Hermano; le fascina El aprendiz para decir «Está despedido». Se cree, también, el protagonista de la telenovela llamada Colombia; y ahí sí, él es el mejor actor. Él está en todas partes, en todos los temas, en todos los conflictos y siempre luce como un protagonista: perfecto, simpático, recursivo, amoroso y sensitivo. Las entregas de guerrilleros y paramilitares arrepentidos son una especie de reality; la solución de los problemas de las empresas y las masacres tiene en él a un jurado competente para «salvar» o «expulsar» del reality Colombia.
Telemercadeo. Él encarna la personalidad de su propia marca. Él viste, habita, actúa y vende su propia acción política mediante diversas estrategias, tales como:
Viaja por Colombia. El país es seguro, se puede viajar en masa pero protegidos por los militares. Ejército por todo lado. Guerrilla por ninguna. El efecto: hacer creer que el país está pacificado.
Súper-Uribe vs. La politiquería. El superhéroe vence todos los obstáculos con sólo nombrarlos, lo que el líder hace es correcto, lo que hacen los otros es un pecado. Todo lo que se opone a sus deseos es politiquería.
Sólo se habla para la comarca. Se va a Europa para hablar duro: «No me importa si me dicen que soy paramilitar, si logro acabar con el terrorismo»; «Si los nazis vivieran, serían las Farc». Nadie lo oye en Europa, pero sí en la Colombia profunda, donde las audiencias locales se llenan de orgullo patrio.
Súper-Uribe. Él solo lo puede todo. Él es un berraco contra todo. Los medios de comunicación son su escenario natural. Ha sabido construirse como personaje. Ha generado confianza y la gente se ha identificado con su misión. Su lenguaje es para todos y ha hecho del poder un ejercicio visible.
Resultado: el presidente Uribe es un gran comunicador porque su autoridad y su legitimidad han sido televisadas. Todo porque maneja muy bien las reglas dramáticas de la televisión, su telegenia es alta, y medios y periodistas han decidido no preguntar de más. Su rating es de éxito.
4. EL MODELO COMUNICATIVOPARA EL ÉXITO POLÍTICO EN EL GOBIERNO
El modelo comunicativo para el éxito de los gobiernos es claro: un sujeto mediático + un héroe moral + ejercer la micropolítica + un actor de entretenimiento + ser una marca + mover las agendas mediáticas siempre a espacios más cómodos-divertidos, evitar el debate (¿se acuerdan del periodista de Bush que siempre preguntaba para cambiar la agenda?).
Héroe político: refundación del pacto político desde el personalismo
Los latinoamericanos venimos asistiendo a lo que podríamos denominar la refundación de un nuevo pacto político, que más que democrático es comunicativo, entre el gobierno y los ciudadanos de la nación. El pacto colombiano es «ahora sí tenemos presidente». No se tiene gobierno, se tiene presidente. El ideal es que cada ciudadano sienta que «ahora sí tenemos presidente». Uribe encarna, él como sujeto, una promesa política: él es el gobierno. Y este gobernar-actuar-comunicar se basa en una promesa comunicativa de volver a los valores de la autoridad, la austeridad, la disciplina y la seguridad. Lucha contra la politiquería y contra el terrorismo. Tenemos figura paterna. Lucha contra el pasado: Samper-Pastrana, los expresidentes inmediatos en Colombia; contra Menem y De la Rúa en Argentina, contra Sánchez de Lozada en Bolivia y contra Collor de Mello y Cardoso en Brasil. La política es asunto de personas, individuos, imágenes. El pacto político es con un sujeto, con una identidad individual, no con un partido, un programa, unos argumentos. ¡Viva la comunicación!
Los latinoamericanos venimos asistiendo a lo que podríamos denominar la refundación de un nuevo pacto político, que más que democrático es comunicativo, entre el gobierno y los ciudadanos de la nación. El pacto colombiano es «ahora sí tenemos presidente». No se tiene gobierno, se tiene presidente. El ideal es que cada ciudadano sienta que «ahora sí tenemos presidente». Uribe encarna, él como sujeto, una promesa política: él es el gobierno. Y este gobernar-actuar-comunicar se basa en una promesa comunicativa de volver a los valores de la autoridad, la austeridad, la disciplina y la seguridad. Lucha contra la politiquería y contra el terrorismo. Tenemos figura paterna. Lucha contra el pasado: Samper-Pastrana, los expresidentes inmediatos en Colombia; contra Menem y De la Rúa en Argentina, contra Sánchez de Lozada en Bolivia y contra Collor de Mello y Cardoso en Brasil. La política es asunto de personas, individuos, imágenes. El pacto político es con un sujeto, con una identidad individual, no con un partido, un programa, unos argumentos. ¡Viva la comunicación!
HÉROE MORAL: YO SOY
Si se habita un nuevo pacto político basado en la credibilidad en el individuo más que en sus ideas o partido, la legitimidad de esta interpelación se localiza en si quien encarna al gobierno tiene el carisma personal para parecer presidente y el liderazgo político para serlo de verdad. La figura política y la figura mediática se unen para construir un sujeto del deseo, un superhéroe: Álvaro Uribe Vélez en Colombia, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y Vásquez en Uruguay. Sus campañas fueron y sus gobiernos continúan siendo los del «superhéroe puro» que va a salvar nuestros «equivocados países». Son candidatos y presidentes que se mantienen siempre en el mismo papel de puros y que son monotemáticos para no perder la conquista del amor popular; siempre dicen lo mismo, siempre elevan a virtud moral a los pobres, lo local, lo nacional. Son nuestros salvadores. Ahí es donde la telepolítica actúa: la producción de una realidad democrática melodramática, sin disenso político pero con orgullo nacional. Uribe se mantiene en su papel de héroe-puro-melodramático y así ha conquistado el amor de esa mujer maltratada llamada Colombia. Tanto que una amiga, joven, bella, de 23 años, educada en universidad privada, me contó que «ese hombre (Uribe) la transformaba, le fascinaba, le encantaba… que ella le creía todo… y que, es más, había llegado a soñar con él, no cualquier sueño, uno erótico». Eso es un héroe. Ahí es donde la telepolítica actúa, no en la ficción, sino en lo más real: la producción de la realidad, una realidad de ficción.
Si se habita un nuevo pacto político basado en la credibilidad en el individuo más que en sus ideas o partido, la legitimidad de esta interpelación se localiza en si quien encarna al gobierno tiene el carisma personal para parecer presidente y el liderazgo político para serlo de verdad. La figura política y la figura mediática se unen para construir un sujeto del deseo, un superhéroe: Álvaro Uribe Vélez en Colombia, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y Vásquez en Uruguay. Sus campañas fueron y sus gobiernos continúan siendo los del «superhéroe puro» que va a salvar nuestros «equivocados países». Son candidatos y presidentes que se mantienen siempre en el mismo papel de puros y que son monotemáticos para no perder la conquista del amor popular; siempre dicen lo mismo, siempre elevan a virtud moral a los pobres, lo local, lo nacional. Son nuestros salvadores. Ahí es donde la telepolítica actúa: la producción de una realidad democrática melodramática, sin disenso político pero con orgullo nacional. Uribe se mantiene en su papel de héroe-puro-melodramático y así ha conquistado el amor de esa mujer maltratada llamada Colombia. Tanto que una amiga, joven, bella, de 23 años, educada en universidad privada, me contó que «ese hombre (Uribe) la transformaba, le fascinaba, le encantaba… que ella le creía todo… y que, es más, había llegado a soñar con él, no cualquier sueño, uno erótico». Eso es un héroe. Ahí es donde la telepolítica actúa, no en la ficción, sino en lo más real: la producción de la realidad, una realidad de ficción.
HÉROE DIVERTIDO: SER PRESIDENTE ES ACTUAR EL ENTRETENIMIENTO
Ser presidente significa abandonar la política de los argumentos y ganar la emocionalidad del entretenimiento. Así, el presidente huye de los programas de debate, no le interesa la opinión, no quiere ser noticia por lo que hace como gobernante sino como «entretenedor»: el que baila, el que monta a caballo, el que habla con humor, el que regaña, el que va al coctel, al que aplauden porque sólo busca a los que lo aplauden (¿por qué sólo una señora en Cali se le ha salido del libreto?), al que aman las modelos, el que toma gotitas. Uribe y todos los presidentes exitosos parecen más unos stand up comedy que presidentes (¡oh, qué decir del chistosito Bush!). Su lenguaje es para todos: elemental, entretenido, de impacto, corto. Uribe, como los demás exitosos, ha logrado convertirse en un ser creíble y legítimo porque divierte y maneja muy bien las reglas dramáticas de la televisión, su telegenia es alta, su verosimilitud inmensa y medios y periodistas han decidido no preguntar de más; a un héroe de entretenimiento se le aplaude, no se le interroga. Es puro entretenimiento.
Ser presidente significa abandonar la política de los argumentos y ganar la emocionalidad del entretenimiento. Así, el presidente huye de los programas de debate, no le interesa la opinión, no quiere ser noticia por lo que hace como gobernante sino como «entretenedor»: el que baila, el que monta a caballo, el que habla con humor, el que regaña, el que va al coctel, al que aplauden porque sólo busca a los que lo aplauden (¿por qué sólo una señora en Cali se le ha salido del libreto?), al que aman las modelos, el que toma gotitas. Uribe y todos los presidentes exitosos parecen más unos stand up comedy que presidentes (¡oh, qué decir del chistosito Bush!). Su lenguaje es para todos: elemental, entretenido, de impacto, corto. Uribe, como los demás exitosos, ha logrado convertirse en un ser creíble y legítimo porque divierte y maneja muy bien las reglas dramáticas de la televisión, su telegenia es alta, su verosimilitud inmensa y medios y periodistas han decidido no preguntar de más; a un héroe de entretenimiento se le aplaude, no se le interroga. Es puro entretenimiento.
EL HACER POR ENCIMA DEL PENSAR: GOBERNAR ES ESTAR SIEMPRE EN CAMPAÑA
El poder es personal, misional y realizado por un superdotado divertido y moral. Entonces, como todo superhéroe, debe estar cerca de los problemas de la gente aunque esto signifique que nunca los va a resolver; no actúa donde sería impopular, como en la transformación de las injusticias generalizadas en la sociedad (aunque fingiera hacerlo en cada problemita que resuelve). Antes que ser presidente, se es una encarnación del deseo de la gente. Hay que hacer «política del cara-a-cara» —el contacto con el líder—, con una presencia televisiva constante, una «política de la omnipresencia». El objetivo: que la gente sienta que lo quiere reelegir. ¿Cómo? Mediante la micropolítica —soluciones cortas a problemas mínimos—, o el diseño de pequeños actos narrativos y dramatúrgicos como demostración de gobierno. Lo importante es resolver los pequeños problemas del diario vivir de algunos ciudadanos, «la democracia por contacto», pero sin grandes reformas, ni capacidad para producir resultados que trasciendan, como la entrega de una casita, una beca, un subsidio (cfr. Medellín: www.eltiempo.com.co, dic. 21/04, pp. 1-23). Lo comunicativo es construir soluciones simbólicas a problemas reales, el minimalismo como forma de gobierno. ¿Por qué? Porque lo micro, lo asistencial, el contacto producen historias mediáticas, mientras las grandes reformas no; porque la excesiva presencia en los medios de comunicación es la forma de gobierno que genera rating en los sondeos y encuestas de popularidad. Así, se gobierna para producirles historias a los medios de comunicación más que para generar modelos sociales; se gobierna para las encuestas más que para la transformación política. En esta tendencia, todos los gobiernos latinoamericanos han optado por la misma estrategia: una política de lo elemental. Los presidentes exitosos (Lula, Kirchner, Chávez y Uribe) son grandes comunicadores porque su autoridad y su legitimidad han sido televisadas. Han generado confianza (lo micro) y la gente se ha identificado con su misión (lo macro).
El poder es personal, misional y realizado por un superdotado divertido y moral. Entonces, como todo superhéroe, debe estar cerca de los problemas de la gente aunque esto signifique que nunca los va a resolver; no actúa donde sería impopular, como en la transformación de las injusticias generalizadas en la sociedad (aunque fingiera hacerlo en cada problemita que resuelve). Antes que ser presidente, se es una encarnación del deseo de la gente. Hay que hacer «política del cara-a-cara» —el contacto con el líder—, con una presencia televisiva constante, una «política de la omnipresencia». El objetivo: que la gente sienta que lo quiere reelegir. ¿Cómo? Mediante la micropolítica —soluciones cortas a problemas mínimos—, o el diseño de pequeños actos narrativos y dramatúrgicos como demostración de gobierno. Lo importante es resolver los pequeños problemas del diario vivir de algunos ciudadanos, «la democracia por contacto», pero sin grandes reformas, ni capacidad para producir resultados que trasciendan, como la entrega de una casita, una beca, un subsidio (cfr. Medellín: www.eltiempo.com.co, dic. 21/04, pp. 1-23). Lo comunicativo es construir soluciones simbólicas a problemas reales, el minimalismo como forma de gobierno. ¿Por qué? Porque lo micro, lo asistencial, el contacto producen historias mediáticas, mientras las grandes reformas no; porque la excesiva presencia en los medios de comunicación es la forma de gobierno que genera rating en los sondeos y encuestas de popularidad. Así, se gobierna para producirles historias a los medios de comunicación más que para generar modelos sociales; se gobierna para las encuestas más que para la transformación política. En esta tendencia, todos los gobiernos latinoamericanos han optado por la misma estrategia: una política de lo elemental. Los presidentes exitosos (Lula, Kirchner, Chávez y Uribe) son grandes comunicadores porque su autoridad y su legitimidad han sido televisadas. Han generado confianza (lo micro) y la gente se ha identificado con su misión (lo macro).
ACTUAR: SER PRESIDENTE ES ACTUAR UN PERSONAJE QUE SE HA CONSTRUIDO
Salir en televisión y no desaparecer en el intento es un acto de alta dramaturgia. La televisión es una máquina que no sólo exhibe los deseos, extiende las espontaneidades planeadas, hace deseables a los sujetos y sus ideas sino que magnifica las contradicciones, tritura los personajes mal actuados y casi siempre termina por evidenciar la farsa y la máscara. Gobernar es estar en el papel protagónico de una telenovela generando afectividades, identificaciones, amores y odios. El televidente-pueblo debe sentir en todo momento que el presidente le está solucionando sus problemas. El presidente sabe que debe gobernar en vivo y en directo para proyectar verosimilitud y generar credibilidad. Un presidente exitoso se convierte en símbolo de sí mismo: Kirchner significa el presidente que no hace nada a espaldas de la gente, el que no miente, el que no vende al país; Uribe comunica que tiene la autoridad que pone orden, el papá que llegó a ajustar cuentas con los hijos díscolos; Lula promueve el ascenso del Brasil excluido, la conciencia social de que los de abajo también son nación; Meza afirma(ba) al que quiere defender los intereses bolivianos de las garras extranjeras. Estos relatos se deben actuar, por lo cual se convierten en su propia jaula; de ahí no se pueden desligar.
Salir en televisión y no desaparecer en el intento es un acto de alta dramaturgia. La televisión es una máquina que no sólo exhibe los deseos, extiende las espontaneidades planeadas, hace deseables a los sujetos y sus ideas sino que magnifica las contradicciones, tritura los personajes mal actuados y casi siempre termina por evidenciar la farsa y la máscara. Gobernar es estar en el papel protagónico de una telenovela generando afectividades, identificaciones, amores y odios. El televidente-pueblo debe sentir en todo momento que el presidente le está solucionando sus problemas. El presidente sabe que debe gobernar en vivo y en directo para proyectar verosimilitud y generar credibilidad. Un presidente exitoso se convierte en símbolo de sí mismo: Kirchner significa el presidente que no hace nada a espaldas de la gente, el que no miente, el que no vende al país; Uribe comunica que tiene la autoridad que pone orden, el papá que llegó a ajustar cuentas con los hijos díscolos; Lula promueve el ascenso del Brasil excluido, la conciencia social de que los de abajo también son nación; Meza afirma(ba) al que quiere defender los intereses bolivianos de las garras extranjeras. Estos relatos se deben actuar, por lo cual se convierten en su propia jaula; de ahí no se pueden desligar.
AGENDA: MOVER LOS ESCENARIOS
Para culminar el juego comunicativo de la política, gobernar significa que ante cada gran problema deben tomarse medidas en otra área de la realidad para cambiar el foco de atención mediática. Se les huye a los problemas. Nunca se enfrentan, siempre se evaden con una medida de éxito. La comunicación sirve efectivamente para cambiar escenarios y proponer nuevas agendas. He ahí su poder político. No se responde de frente, siempre se elude. Lo peor: los medios y los periodistas permiten que les asignen los escenarios de la producción de la información y la política.
Para culminar el juego comunicativo de la política, gobernar significa que ante cada gran problema deben tomarse medidas en otra área de la realidad para cambiar el foco de atención mediática. Se les huye a los problemas. Nunca se enfrentan, siempre se evaden con una medida de éxito. La comunicación sirve efectivamente para cambiar escenarios y proponer nuevas agendas. He ahí su poder político. No se responde de frente, siempre se elude. Lo peor: los medios y los periodistas permiten que les asignen los escenarios de la producción de la información y la política.
CONTROL DE LA INFORMACIÓN
Cuando la «persuasión» no funciona, los gobiernos mediáticos tienen otra estrategia para lograr su reino de popularidad; se promueven prácticas de consenso por medio de la presión política sobre los periodistas y medios disidentes (o la amenaza y el chantaje. ¿Les suenan Noticias Uno y Coronell?), ya que califican a quienes no estén con el gobierno como parte del terrorismo, la corrupción o la politiquería; como antipatriotas. Una forma más de control es la pauta publicitaria. Otra forma, aún más patética, es a través de legislaciones de control de medios como la «ley de contenidos» del gobierno Chávez. Así, están logrando que todos tengan que estar con el gobierno. El resultado: Uribe y los gobiernos exitosos en Latinoamérica han creado un mandato de las imágenes y controlan la información para producir «la política del contacto» como estrategia de gobernabilidad.
En esta estrategia de gobernar para los medios de comunicación, se han legitimado cuatro tendencias adicionales:
Nuestra sociedad ha devenido una del individualismo, en la cual la gente se identifica con una comunidad; se define por lo que es al nacimiento (cristiano, judío, musulmán, etc.) más que por lo que hace, su ingreso o clase social; el individuo se caracteriza a sí mismo como su propia meta. Habitamos un mundo en el que la producción de uno mismo es la gran utopía; a ésta es a la que responden e interpelan la comunicación y la política actual (Cfr. Touraine: www.lanacion.com.ar/660143).
En todas las encuestas de preferencias las fuerzas militares, la Iglesia y los medios de comunicación surgen como las instituciones más legítimas, mientras que los partidos políticos, los parlamentos y los sindicatos tienen el más bajo porcentaje de legitimidad política. La interpretación lógica sería que la gente está exigiendo más autoridad, más valores y más entretenimiento.
La política espectáculo o aquella que debate lo sentimental, lo clandestino, lo banal, lo privado es la que genera más impacto. No estamos en tiempos de debate sobre posiciones ideológicas o proyectos sociales, menos importan los datos o los argumentos. Todo se ha convertido en un juego de imágenes espectáculo (Cfr. García Canclini: www.innovarium.com/CulturaUrbana/Ciudadania.htm ).
Cuando la «persuasión» no funciona, los gobiernos mediáticos tienen otra estrategia para lograr su reino de popularidad; se promueven prácticas de consenso por medio de la presión política sobre los periodistas y medios disidentes (o la amenaza y el chantaje. ¿Les suenan Noticias Uno y Coronell?), ya que califican a quienes no estén con el gobierno como parte del terrorismo, la corrupción o la politiquería; como antipatriotas. Una forma más de control es la pauta publicitaria. Otra forma, aún más patética, es a través de legislaciones de control de medios como la «ley de contenidos» del gobierno Chávez. Así, están logrando que todos tengan que estar con el gobierno. El resultado: Uribe y los gobiernos exitosos en Latinoamérica han creado un mandato de las imágenes y controlan la información para producir «la política del contacto» como estrategia de gobernabilidad.
En esta estrategia de gobernar para los medios de comunicación, se han legitimado cuatro tendencias adicionales:
Nuestra sociedad ha devenido una del individualismo, en la cual la gente se identifica con una comunidad; se define por lo que es al nacimiento (cristiano, judío, musulmán, etc.) más que por lo que hace, su ingreso o clase social; el individuo se caracteriza a sí mismo como su propia meta. Habitamos un mundo en el que la producción de uno mismo es la gran utopía; a ésta es a la que responden e interpelan la comunicación y la política actual (Cfr. Touraine: www.lanacion.com.ar/660143).
En todas las encuestas de preferencias las fuerzas militares, la Iglesia y los medios de comunicación surgen como las instituciones más legítimas, mientras que los partidos políticos, los parlamentos y los sindicatos tienen el más bajo porcentaje de legitimidad política. La interpretación lógica sería que la gente está exigiendo más autoridad, más valores y más entretenimiento.
La política espectáculo o aquella que debate lo sentimental, lo clandestino, lo banal, lo privado es la que genera más impacto. No estamos en tiempos de debate sobre posiciones ideológicas o proyectos sociales, menos importan los datos o los argumentos. Todo se ha convertido en un juego de imágenes espectáculo (Cfr. García Canclini: www.innovarium.com/CulturaUrban
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5. PARA PENSAR EN EL FUTURO
Nuestros presidentes exitosos «comunicativamente» han llevado a que perdamos en democracia y política; he aquí cuatro escenarios significativos para pensar sobre la relación comunicación-política en Latinoamérica:
La democracia personalista. Aquí surge un campo de problemas serios sobre la democracia, ya que se la comienza a entender como un sistema político que se basa en el unanimismo y personalismo, en las cualidades deseables de héroes, en atributos individuales, donde los partidos políticos y la base social pierden toda visibilidad y legitimidad. La democracia se convierte, así, en un asunto de sentimentalismo y afinidades melodramáticas y se debilitan los escenarios para la argumentación pública. De esta manera, Latinoamérica está llegando a la política sin disenso y a la sociedad de la política espectáculo, en la cual todos somos espectadores, pero pocos somos responsables.
La gobernabilidad débil. Aunque en la actualidad baste con parecer presidente, esto no significa que se esté gobernando. Los proyectos a largo plazo pasan a segunda instancia. El hecho de que los presidentes se mantengan en campaña obliga a que las grandes soluciones económicas, sociales o políticas se aplacen para ganar el gobierno de lo mínimo. El hecho de que un presidente gobierne vía encuestas de opinión y credibilidades televisivas no agota la gobernabilidad. Ésta se construye vía el disenso, los proyectos de nación y las transformaciones del sistema social. En Latinoamérica hay que volver a pensar sobre democracia y gobernabilidad, hay que renegociar la democracia con la sociedad, hay que refundar los pactos políticos, hay que construir las bases sociales y políticas de la democracia.
Comunicación política. Se requiere llevar la relación de comunicación y política más allá de lo instrumental. Esta relación es necesaria también en la reconstrucción de lo público, en el empoderamiento de grupos sociales y en la creación de espacios de decisión. Hay que imaginar cómo los medios de comunicación se pueden constituir en espacio de reconocimiento social y de nuevas formas para que las ciudadanías surjan y actúen.
La imagen no lo es todo. Aunque se ha creado una nueva tendencia que indica que los medios de comunicación más exitosos en términos de rating y negocio son aquellos que se alinean con el presidente, sus valores y su defensa de la patria. Parece que tener gobiernos exitosos no siempre es una relación causal con lo mediático. Los medios de comunicación no son tan todopoderosos, han dejado de tener incidencia en la toma de decisiones políticas, como lo demuestran los casos de Fujimori en Perú, Chávez en Venezuela, Gutiérrez en Ecuador, Menem en Argentina y Bush en Estados Unidos. Si tuviesen tanto poder, la legitimidad de estos mandatarios sería exitosa. Estos mandatarios han tenido como seducidos más fuertes a los medios de comunicación, pero su gobernabilidad no es extrema.
Intervención social. En tiempos de política sin partidos, de sociedades en riesgo democrático, de un mundo convertido en mercado. En tiempos en que el mercado dicta las leyes de la sociedad y marca las pautas políticas. En tiempos en que el mercado ha determinado que han fracasado los grandes discursos: cristianismo, marxismo, estructuralismo, socialdemocracia (Aguirre, 2004: www.cromos.com.co #4531 – dic. 20/04 – p. 12). En estos tiempos en que en Latinoamérica da lo mismo ser progresista (Kirchner en Argentina) que de derecha (Uribe en Colombia), buscar legitimidad en lo transitorio (Meza en Bolivia) que pertenecer al poder de siempre (Saca en El Salvador), practicar una izquierda populista (Chávez en Venezuela) que una izquierda progresista (Lula en Brasil). En estos tiempos en que todo da lo mismo, lo más peligroso es que la democracia está en riesgo y la única manera de conservarla, de no perder «popularidad», de mantenerse en el poder es gobernando a través de los medios de comunicación y para ellos. El resultado general de estas tendencias es que se está llevando la política a su grado cero de significación y que la banalización de los modos de gobierno está haciendo tambalear ya no a los presidentes, sino a la democracia misma.
Ante esta situación han surgido dos tipos de reacciones: una, la de figuras autoritarias como Uribe, Chávez o Gutiérrez que intentan silenciar con leyes, amenazas y presiones a los periodistas; dos, la preeminencia de los movimientos sociales y ONG, por encima de los partidos políticos, en la reconstitución del papel del Estado y de la esfera pública. Se debe trabajar desde la comunicación en la politización de la sociedad, en volver a creer en el disenso y los partidos políticos; por tanto, se hace urgente intervenir políticamente la sociedad desde los medios de comunicación. Sigue faltando la acción decidida de los partidos políticos como mediadores que, desde un lenguaje progresista en los medios de comunicación, puedan imaginar enlaces entre las narraciones de proceso macrosociales y los relatos surgidos de las prácticas de todos los días. ¡Más que comunicación, se requiere urgentemente la política!
La democracia personalista. Aquí surge un campo de problemas serios sobre la democracia, ya que se la comienza a entender como un sistema político que se basa en el unanimismo y personalismo, en las cualidades deseables de héroes, en atributos individuales, donde los partidos políticos y la base social pierden toda visibilidad y legitimidad. La democracia se convierte, así, en un asunto de sentimentalismo y afinidades melodramáticas y se debilitan los escenarios para la argumentación pública. De esta manera, Latinoamérica está llegando a la política sin disenso y a la sociedad de la política espectáculo, en la cual todos somos espectadores, pero pocos somos responsables.
La gobernabilidad débil. Aunque en la actualidad baste con parecer presidente, esto no significa que se esté gobernando. Los proyectos a largo plazo pasan a segunda instancia. El hecho de que los presidentes se mantengan en campaña obliga a que las grandes soluciones económicas, sociales o políticas se aplacen para ganar el gobierno de lo mínimo. El hecho de que un presidente gobierne vía encuestas de opinión y credibilidades televisivas no agota la gobernabilidad. Ésta se construye vía el disenso, los proyectos de nación y las transformaciones del sistema social. En Latinoamérica hay que volver a pensar sobre democracia y gobernabilidad, hay que renegociar la democracia con la sociedad, hay que refundar los pactos políticos, hay que construir las bases sociales y políticas de la democracia.
Comunicación política. Se requiere llevar la relación de comunicación y política más allá de lo instrumental. Esta relación es necesaria también en la reconstrucción de lo público, en el empoderamiento de grupos sociales y en la creación de espacios de decisión. Hay que imaginar cómo los medios de comunicación se pueden constituir en espacio de reconocimiento social y de nuevas formas para que las ciudadanías surjan y actúen.
La imagen no lo es todo. Aunque se ha creado una nueva tendencia que indica que los medios de comunicación más exitosos en términos de rating y negocio son aquellos que se alinean con el presidente, sus valores y su defensa de la patria. Parece que tener gobiernos exitosos no siempre es una relación causal con lo mediático. Los medios de comunicación no son tan todopoderosos, han dejado de tener incidencia en la toma de decisiones políticas, como lo demuestran los casos de Fujimori en Perú, Chávez en Venezuela, Gutiérrez en Ecuador, Menem en Argentina y Bush en Estados Unidos. Si tuviesen tanto poder, la legitimidad de estos mandatarios sería exitosa. Estos mandatarios han tenido como seducidos más fuertes a los medios de comunicación, pero su gobernabilidad no es extrema.
Intervención social. En tiempos de política sin partidos, de sociedades en riesgo democrático, de un mundo convertido en mercado. En tiempos en que el mercado dicta las leyes de la sociedad y marca las pautas políticas. En tiempos en que el mercado ha determinado que han fracasado los grandes discursos: cristianismo, marxismo, estructuralismo, socialdemocracia (Aguirre, 2004: www.cromos.com.co #4531 – dic. 20/04 – p. 12). En estos tiempos en que en Latinoamérica da lo mismo ser progresista (Kirchner en Argentina) que de derecha (Uribe en Colombia), buscar legitimidad en lo transitorio (Meza en Bolivia) que pertenecer al poder de siempre (Saca en El Salvador), practicar una izquierda populista (Chávez en Venezuela) que una izquierda progresista (Lula en Brasil). En estos tiempos en que todo da lo mismo, lo más peligroso es que la democracia está en riesgo y la única manera de conservarla, de no perder «popularidad», de mantenerse en el poder es gobernando a través de los medios de comunicación y para ellos. El resultado general de estas tendencias es que se está llevando la política a su grado cero de significación y que la banalización de los modos de gobierno está haciendo tambalear ya no a los presidentes, sino a la democracia misma.
Ante esta situación han surgido dos tipos de reacciones: una, la de figuras autoritarias como Uribe, Chávez o Gutiérrez que intentan silenciar con leyes, amenazas y presiones a los periodistas; dos, la preeminencia de los movimientos sociales y ONG, por encima de los partidos políticos, en la reconstitución del papel del Estado y de la esfera pública. Se debe trabajar desde la comunicación en la politización de la sociedad, en volver a creer en el disenso y los partidos políticos; por tanto, se hace urgente intervenir políticamente la sociedad desde los medios de comunicación. Sigue faltando la acción decidida de los partidos políticos como mediadores que, desde un lenguaje progresista en los medios de comunicación, puedan imaginar enlaces entre las narraciones de proceso macrosociales y los relatos surgidos de las prácticas de todos los días. ¡Más que comunicación, se requiere urgentemente la política!
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